EL CEREBRO COMO EVIDENCIA.

 

      El conocimiento que se tiene acerca de que nuestra vida mental está configurada por dos grandes parcelas, la mente racional, que es sobre la que se asientan los pensamientos, ideas, creencias, que es más reflexiva, la modalidad de compresión de la que solemos ser conscientes, que es evolutivamente hablando más joven ya que surge gracias al desarrollo de estructuras cerebrales más recientes, y la mente emocional, que alberga un conocimiento más poderoso, más impulsivo, más profundo, a la vez que más antiguo, cuyos frutos son las emociones e intuiciones, y de cómo estas dos mentes colaboran al unísono aportando cada una de ellas sus distintas y complementarias formas de conocimiento, se ve corroborado fehacientemente por lo que sabemos acerca de la manera en la que ha evolucionado y se ha ido configurando el cerebro a lo largo de muchos millones de años de Evolución, hasta llegar al hombre actual, el Homo Sapiens.

      La configuración y evolución del cerebro ha sido ascendente y acumulativa, desde los centros inferiores más antiguos se fueron constituyendo los centros superiores más nuevos, más recientes; y acumulativo en el sentido de que la evolución construye sobre lo ya creado, no desechando nada, sino aprovechándolo para construir encima. Así de esta manera el cerebro humano actual está configurado anatómicamente por los cerebros de todas las especies de vida animal y funcionalmente ya que de la misma manera disponemos de los repertorios conductuales y emocionales, desde las especies más simples, que constituían su vida instintiva, hasta las más complejas, ya con un repertorio de respuestas más sofisticado, terminando en el humano actual.

      Contemplando la evolución del reino animal, el orden de aparición de las especies fue de más simple a más complejos, desde un punto de vista anatómico y funcional del sistema nervioso, requiriéndose progresivamente mayor complejidad para relacionarse y adaptarse al medio para sobrevivir y transmitir la dotación genética a las siguientes generaciones. En un principio las especies animales más simples, con un rudimentario sistema nervioso fueron quizá los peces, aves y reptiles simples. Disponían de un cerebro rudimentario que regula las funciones básicas como la respiración, el metabolismo de los órganos corporales, los movimientos automáticos, es decir, un programador básico que aseguraba la supervivencia del individuo. Este cerebro rudimentario es el tallo encefálico, situado en la parte superior de la médula espinal.

      Para estas especies simples, la vida emocional consistía en unas respuestas básicas, en unas reacciones ante los estímulos, que bien se podría considerar la vida instintiva de ellas, respuestas predeterminadas que aseguraban la supervivencia. El sentido del olfato fue fundamental en estas respuestas ya que toda entidad viva poseía un reconocimiento molecular que era transportado por el viento. El sentido del olfato está alojado en estructuras del cerebro arcaico, el tallo encefálico.

      A medida que estos animales simples fueron evolucionando en otros más complejos, el cerebro lógicamente también fue cambiando y con él el repertorio de respuestas emocionales y conductuales. La Evolución fue dando paso a otros animales, los mamíferos, de mayor complejidad, apareciendo nuevas estructuras en el cerebro emocional, con mayor capacidad de integración. Los nuevos estratos envolvieron a aquél cerebro primitivo. Se le denominó “sistema límbico”. Se pasó de las reacciones automáticas predeterminadas a unas respuestas más adaptadas a las exigencias del medio, más elaboradas, ya que aparecieron las emociones propiamente dichas, tal como las conocemos, por ejemplo cuando se está atrapado por la ira o cuando el miedo nos inmoviliza. Hablamos de esta manera de la “respuesta básica de supervivencia”, que compartimos con el resto de los mamíferos, al ser nosotros uno de ellos. De aquí derivan las emociones secundarias o específicas del humano.

      La siguiente transformación del cerebro supuso un salto cualitativo de tal intensidad que incorporó la capacidad que tenemos hoy los seres humanos del intelecto, los pensamientos y el procesamiento de datos registrados por los sentidos. Se empezó a fraguar esta transformación hace muchos millones de años cuando el cerebro de los mamíferos empezó a cambiar y sobre el sistema límbico se empezó a construir un nuevo estrato cerebral, más externo, el neocórtex o corteza cerebral. Es el asiento del pensamiento, del intelecto, de la reflexión, es la región que planifica, integra y procesa los datos registrados por los sentidos con los que captamos el mundo. Gracias a la acción del neocórtex coordinamos los movimientos, comprendemos lo que sentimos y desplegamos otras muchas estrategias mentales.

      La incorporación de este nuevo estrato cerebral permitió ajustar y matizar la vida emocional, haciéndola más compleja y haciendo posible el aumento del repertorio de respuestas y reacciones posibles ante las adversidades y cambios en el medio que derivó en mayor capacidad de adaptación, aumentando las posibilidades de supervivencia y transmisión a la descendencia de estas capacidades. Esto fue posible gracias al aumento de desarrollo del neocórtex en masa y en interconexiones neuronales considerando el ascenso filogenético desde los mamíferos hasta el hombre actual, en el que es más necesaria esta adaptación al desenvolverse en el sistema social más complejo.

      El cerebro del hombre actual está formado por estos cerebros que ha ido configurando la Evolución en la escala filogenética, desde los más antiguos a los más modernos a la vez que con sus funcionalidades. La considerable superioridad temporal del cerebro emocional sobre el cerebro racional es una prueba irrefutable de la mayor autoridad e importancia de la vida emocional sobre la racional en situaciones críticas.