FELICIDAD.


      La “Felicidad” es un concepto que tiene muchas aristas, tantas como personas hay, ya que no hay dos personas iguales, cada una es única e irrepetible y distinta a las demás, y por tanto cada una tiene una concepción diferente sobre lo que es la felicidad. Ni siquiera los gemelos unibitelinos, que provienen del mismo óvulo fecundado y comparten el cien por cien de su dotación genética son iguales, ya que cada uno tiene una experiencia de vida diferente. Sin embargo, es un común denominador, todos la anhelamos y buscamos, aunque es obvio que no todos la alcanzamos o al menos en el mismo grado. ¿De qué dependerá?

      Términos sinónimos son dicha, satisfacción, placer, fortuna. No debemos confundirla con placer, ya que este término hace referencia a algo más inmediato y de corta duración, quizá también más intenso; al hablar de felicidad nos estamos refiriendo a otra cosa, a algo más duradero y dilatado en el tiempo, más de base, de sentido de vida.

      Venimos a este mundo totalmente indefensos, dependientes del entorno y del cuidado de los adultos para sobrevivir, sin ninguna capacidad de salir adelante por nosotros mismos, y las iremos adquiriendo a medida que vamos creciendo y desarrollándonos. Un niño pequeño tiene muy pocas posibilidades de sobrevivir sin el concurso de los adultos ya que nace totalmente inmaduro e indefenso.

      Heredamos los genes de nuestros padres biológicos, el 50% de cada uno de nuestros progenitores, que se van a manifestar en nuestro fenotipo o conjunto de características tanto físicas como psicológicas. Esto ya supone que venimos en buena medida determinados por nuestra herencia genética, que por otro lado no es determinante, es mucho menor su influencia e impacto que en el resto de especies animales donde sí que es más sentenciador este aspecto.

      A partir de ahí el ser humano se va a ver expuesto a infinidad de factores ambientales de todo tipo, muchos más de los que pensamos, desde los estilos de crianza de sus padres o cuidadores, que a su vez van a depender de sus características de personalidad, el tipo de relaciones familiares, el entorno socioeconómico en el que nace y vive, el país, el entorno rural o urbano, sus relaciones con iguales, y así un largo etcétera, que obviamente van a ejercer su influencia en la personalidad que el niño se va a ir forjando en sus distintas etapas vitales. Tengamos en cuenta que esta influencia ambiental ya está presente también incluso desde mucho antes de nacer. Ya el embrión que se va desarrollando, y el posterior crecimiento fetal en el útero materno percibe cambios de temperatura en su medio, por ejemplo, así como influencias que dependen del estilo de vida de la madre como nutrición, tabaquismo, actividad física, ingestión de alcohol o drogas, así como sus altibajos emocionales, etc., que van a condicionar el desarrollo físico de la criatura así como un óptimo o deficitario desarrollo de su sistema nervioso. La percepción del mundo y de los demás, así como las alteraciones emocionales, van a ser distintas en un niño que, por poner un ejemplo y sin salir de nuestra ciudad, nazca y crezca en un entorno familiar de armonía, respeto, apoyo mutuo y confianza a otro que lo haga en una familia desectructurada, con problemas de convivencia, faltas de respeto e incluso situaciones más graves como pueden ser adicciones a drogas o delincuencia.

      Obviamente, no todos empezamos la partida de la vida con las mismas cartas de salida, y esto es algo a tener en cuenta a la hora de plantearnos en qué consistirá esto a lo que llamamos “Felicidad”, si somos realmente felices. Afortunadamente, para poner un poco de luz, sabemos de una manera muy sólida que todas estas circunstancias diferentes con las que entramos en escena en la gran obra de la vida, tanto las genéticas como el amplio abanico de influencias ambientales, son importantes y a tener en cuenta, pero no son determinantes. De hecho existe mucha evidencia de personas nacidas y educadas en entornos muy favorables tanto económicos como sociales, que han tenido y tienen una vida bastante atormentada, con graves problemas de adicciones, problemas legales, e incluso suicidios, y otras por el contrario en entornos con unas condiciones muy precarias , con carencias de todo tipo, desde nutricionales, económicas, etc., que son personas adaptadas e integradas en su vida adulta.

      Pienso que la felicidad, o su hermano pequeño, el bienestar, depende más de nosotros mismos que del exterior. De existir en algún sitio, es en nuestro interior donde se encuentra. Considerando nuestro entorno y esta época en la que vivimos, occidente en el año 2021, donde más o menos nuestras necesidades básicas las tenemos cubiertas, la felicidad está en nosotros mismos, en nuestros procesos mentales y comportamentales, con su consiguiente equilibrio en las emociones.

     Tengamos en cuenta que la Felicidad, como un estado constante no existe, es un espejismo, lo que existe son los momentos felices, más o menos duraderos. Por lo tanto se trata de intentar ser felices el mayor número de momentos posible, y para ello es imprescindible, si no eliminar las emociones desagradables en nuestro día a día, como la ansiedad, la tristeza y el enfado, y sus derivados, si aminorarlas al máximo; a su vez integrar más en nuestra vida las emociones agradables como la alegría, tranquilidad, satisfacción, confianza. Los pensamientos, adecuados o inadecuados, son los que están detrás de nuestras emociones y las originan, por lo tanto aprender a detectarlos y controlarlos, para cambiarlos por otros más adecuados al presente, en el caso de las emociones desagradables, va a ser la piedra angular para sentirnos mucho mejor con nosotros mismos y con nuestro entorno.

       Así, de esta manera, aprendemos felicidad, que la ejercitamos y practicamos, integrándola en nuestra vida, lo que a su vez se contagia y tiene un efecto positivo en nuestro entorno y en los demás. Y sin duda, nuestro granito de arena personal contribuye a crear un mundo mejor.